Homero, Ilíada

Es esto lo que uno tendría que aprender del dolor: que es hijo de Zeus. Y que Zeus es hijo de Cronos

Por ello, aunque los ladrillos son los homéricos, la pared resultante es más esencial

hasta allí llegó, náufrago, procedente del mar, un hombre misterioso y sin nombre. Fue acogido como un rey, y fue honrado con todos los ritos de la hospitalidad

Andrómaca en primer lugar, porque era su esposa.

Es la suerte, inescrutable, la que reparte el bien y el mal.

Príamo. Siéntate aquí, en mi asiento. Olvidemos juntos la angustia, porque de nada sirven tantas lágrimas. Es el sino de los hombres vivir en el dolor, y sólo los dioses viven felices

Aquiles, tú ya me ves, ya soy viejo. Como tu padre, traspasé el umbral de la triste vejez. Pero al menos él estará en su tierra esperando volver a ver algún día a su hijo, de regreso desde Troya. Inmensa es en cambio mi desventura: tenía cincuenta hijos para defender mi tierra, y la guerra me los ha arrebatado a casi todos

Doce días han pasado desde que lo mataron, y sin embargo parece que acabe de morir. Cada día, al alba, Aquiles lo arrastra sin piedad alrededor de la tumba de Patroclo, para ultrajarlo, y cada día el cuerpo permanece intacto. Las heridas cicatrizan, la sangre desaparece.

¿No os basta con que Zeus me haya arrebatado a Héctor, que de todos mis hijos era el mejor? Sí, el mejor, me habéis oído bien. ¿Me has oído, Paris? ¿Y tú, Deífobo, y vosotros, Polites, Agatón, Héleno? Él era mi mejor hijo, miserables. ¿Por qué no habréis muerto vosotros en su lugar, eh?

Si es mi destino que yo muera junto a las naves de los aqueos, pues bien, entonces moriré: pero no sin antes haber abrazado a mi hijo, y haber llorado mi dolor sobre él.»