El lector

Cuando nos abrimos,
tú a mí y yo a ti,

cuando nos sumergimos,
tú en mí y yo en ti,

cuando nos olvidamos,
tú en mí y yo en ti.

Sólo entonces yo soy yo

y tú eres tú.

En la noche siguiente me enamoré de ella.

Lectura, ducha, amor y luego holgazanear un poco en la cama: ése era entonces el ritual de nuestros encuentros.

Al principio quería escribir nuestra historia para librarme de ella. Pero la memoria se negó a colaborar. Luego me di cuenta de que la historia se me escapaba, y quise recuperarla por medio de la escritura, pero eso tampoco hizo surgir los recuerdos

Supongo que esta versión es la verdadera, porque la he escrito mientras las otras se han quedado sin escribir. Esta versión pedía ser escrita; las otras no

Algo así les debe pasar a los matrimonios ancianos, pensé: para ella, el viejo alberga en su interior el joven que fue, y para él la vieja guarda aún en su seno la hermosura y la gracia de la joven. ¿Por qué no había visto yo aquella imagen una semana anterior?

–¿Puede ser que, cuando se pasa por una fase tan larga de aislamiento, la idea de volver al mundo resulte insoportable? Quizá sea mejor matarse que cambiar el convento y la ermita por el mundo

No veía por qué tenía que contarle nada sobre Hanna y yo. Tenía el llanto concentrado en el pecho y en la garganta, y temía no poder hablar. No quería llorar delante de ella

Había encontrado a Hanna sentada en un banco, y era una vieja. Tenía aspecto de vieja y olía a vieja. Pero no me había fijado en su voz. Su voz seguía siendo joven

Dejarse pedir cuentas sólo por los muertos, reducir la culpabilidad y el arrepentimiento a un problema de insomnio y pesadillas... ¿Y los vivos qué? Pero en realidad no estaba pensando en los vivos, sino en mí mismo. ¿Acaso yo no podía pedirle cuentas también? ¿Qué había hecho ella de mí