Las pantallas modifican nuestra capacidad de atención al provocar que saltemos de una cosa a otra, dejándonos fluir por las propuestas externas y olvidando nuestro objetivo original; disminuyen nuestra capacidad de concentración y la tolerancia al aburrimiento, por lo que nos prestamos cada vez más a estar alterdirigidos, externalizados, a ser dirigidos por otros y a ir suprimiendo nuestra interioridad, que se despuebla de pensamientos y emociones propios.