Aliento de tuberculoso que me despertó al vacío de un nombre. El nombre Perú. Un invento de algo que no soy, que no me configura sino más bien me rompe. Porque no lo entiendo y lo sigo pronunciando, lo sigo pronunciando y no me canso. No me harto. Y así, impregnada con las astillas de sus letras, el árbol del conocimiento desaparece y entonces vagabundeo como un zombi en busca de la comida prohibida: la verdad, la memoria, la justicia.