las manos vacías. Elohim vio mi miseria y el cansancio de mis manos, y se pronunció anoche». En efecto, Elohim se había manifestado en un sueño, unas horas antes, tanto a Jacob como a Labán. A Jacob le dijo que se levantara y se marchara lejos, como en su día se lo había dicho a Abraham. Los que se marcharon no solo tenían que alejarse de Ur de los Caldeos, sino también de sus consanguíneos. En la fórmula empleada, Jacob había nombrado algo que nunca se había oído antes, al afirmar que no solo lo había apoyado Elohim, sino también el «Terror de Isaac», es decir, un ser divino y la experiencia instantánea de un hombre, su padre. Nunca se había dado tal conjunción de elementos. La sensación muy aguda, abrumadora, que Isaac había experimentado cuando vio que su padre empuñaba el cuchillo para sacrificarlo, tenía el poder de guiar y proteger la vida de su hijo Jacob. De lo contrario, Jacob habría debido marcharse «con las manos vacías», como si no hubiera vivido aquellos veinte años. Y verse «con las manos vacías» era la situación más desagradable, también para Elohim. Significaba que no había nada que ofrecer.