Edith Södergran pasó casi toda su vida en un pueblecito llamado Ráivola residencia de verano de la intelligentsia de San Petersburgo situado en la frontera con Finlandia. Allí se perdió en ensoñaciones de crepúsculos violeta, flores de otoño y jardines melancólicos, mientras se consagraba a la mudez, al vacío y a un dios íntimo:
Seré durante mi vida entera una mujer silenciosa.
También allí enfermó de tuberculosis y compuso poemas intimistas y románticos, de fuertes reflejos simbolistas y nietzscheanos, que después de su muerte pasarían a ser leídos con el oculto fervor que Borges reservaba a la lectura de los clásicos.