palabras, porque el lenguaje es vinculante y tiene la capacidad de forjar y transformar radicalmente nuestra experiencia mental. Las palabras pueden calmar y sanar, pero también son capaces de crear estigmas y causar enfermedades. «No me gusta esto», «no sirvo para aquello», «no voy a lograrlo». Recitamos estas noticias falsas sobre nosotros mismos, en voz alta o en voz baja —da igual—, con gran liviandad, sin darnos cuenta de su fuerza decisiva para abrir y cerrar puertas.