Era un ardiente día azul, y la cálida luz del sol, posándose universal sobre los altos setos y las breves colinas, transmutaba en una especie de pesado florecer esa humana cualidad del paisaje, que en mi sentir sólo existe en Inglaterra: esa sensación que induce a que aparezcan humanos los matorrales y los caminos, a que parezca que tienen, como los hombres, bondad.