En otoño, durante un coloquio pluridisciplinar en el que intervenía yo, me llamó la atención, entre el público, en la segunda fila, una mujer de pelo castaño y corto, aparentemente más bien bajita, de unos cuarenta y pico años, elegante y sobria, con un traje de chaqueta oscuro, y cuyos ojos se posaban en mí una y otra vez. Junto a su asiento había una mochila de cuero. Supe inmediatamente que era ella. Mientras se sucedían las comunicaciones de los participantes, nuestras miradas no paraban de atraerse y de desviarse inmediatamente después de cruzarse.