Cuando la perra comía, Eloísa miraba las cicatrices. Víboras que se enroscaban alrededor de su cuerpo, algunas largas como látigos, otras cortas como signos de pregunta sueltos. Después de un tiempo las tocó, apenas con un dedo, y descubrió que ahí la perra no sentía. Era como si ahí, en donde había dolido, la perra no fuera.