En Alemania, en Francia, en Italia, en Rusia, en Bélgica, casi todos servían con obediencia a la “propaganda bélica” y por ende al delirio colectivo y al odio colectivo de la guerra, en vez de combatirla.
Las consecuencias fueron desastrosas. Por entonces, cuando la propaganda aún no se había utilizado en tiempos de paz, los pueblos tomaban por verdadera cualquier cosa que se imprimiera, pese a mil desengaños. Y así fue que el entusiasmo puro, bello y abnegado de los primeros días progresivamente se fue transformando en una orgía de los peores y más necios sentimientos.