La parte enferma reúne cinco cuentos notables de Cecilia Ferreiroa. Construye con ellos un universo donde la vida parece circular por sus carriles habituales hasta que algo de esa cotidianidad se descompone, se desvía, no responde como antes. Aquí hay historias de mudanzas (tal el título del cuento que cierra este libro), viajes, desesperaciones, esperas, arrebatos, miedos. Ferreiroa tiene una voz única, singular, que ya mostró en Señora Planta, su primer libro. Aquí profundiza esa voz en una nueva búsqueda narrativa: toma distancia, sobrevuela, acosa, gira alrededor de sus personajes para que no se le escape en la observación el más mínimo gesto de derrota, de tristeza o de vacío. Cubre y descubre en una tensión perfecta, con imágenes que siguen al lector mucho después de haber terminado el libro.El título de este libro de Cecilia Ferreiroa anticipa con franqueza de qué hablan estos cuentos. Y la voz que habla (según sus graduaciones narrativas) así lo hace, también. Es una voz (una visión del mundo) que los enlaza y atraviesa, dándole notoria unidad al conjunto. La voz corre, y no importa demasiado que hable en primera o en tercera persona porque el impulso es el mismo, y busca el mismo pasmoso desnudamiento en el variado (y no pocas veces cómico) carrusel de aventuras en que los personajes incurren. El trabajo de esta voz es despiadado, entusiasta, imparable, exploratorio, puntilloso y eficaz, sobre todo al someter las anécdotas a la lucidez de una inmersión bajo focos. A la medida de cada cuento, la voz transita calles, oficinas, aeropuertos, paisajes lejanos y el café de la esquina o los interiores opacos de un departamento: espacios que los personajes encuentran o necesitan para ilusionar y desquiciar sus vidas. En los cinco cuentos (Virgo, Los cuidadores, Autitos de colección, Aunque estés equivocada, Mudanzas), Cecilia Ferreiroa trata con ardor la “parte enferma” de un mundo cotidiano, contemporáneo, imperioso y caprichoso y que sólo puede ser habitado confusamente. La voz que narra no dejará de columbrar allí los descalabros de lo ilusorio ni de trazar vertiginosas topologías de “mudanzas” para el cumplimiento preciso de un destino.